"El
Pato", un hombre de estirpe copera que supo conquistar lo que quiso,
desde el juego y en la vida.
José Omar Pastoriza hubiese cumplido hoy 73 años. Rosarino,

Nacido el 23 de mayo de 1942, se fue sin avisar el 2
de agosto de 2004 vÃctima de un paro cardÃaco, cuando ya habÃa hecho
mucho para ganarse el respeto del ambiente del fútbol hasta hacerse
conocido como “Señor Pastoriza”.
Jugador versátil, de finas cualidades técnicas y buen manejo de pelota,
el "Pato" se desempeñó en su carrera en todas las posiciones del
mediocampo.
De notable proyección, se formó en las divisiones inferiores de Rosario
Central. En 1961 debutó en Primera C con Colón y tres años más tarde,
recaló en Racing pedido por el técnico Néstor Rossi.
CambiarÃa de vereda en 1966, ya que la Academia recibió más dinero por
el pase de Miguel Angel Mori y dejó ir a Pastoriza a Independiente. Se
afianzó rápido en el equipo. Su capacidad de mando y liderazgo lo
hicieron amo y señor en el mediocampo rojo. Y con él como titular
indiscutido, Independiente fue campeón del Nacional 1967, Metropolitano
1970 y 1971 y de la Copa Libertadores de 1972.
SEÑOR PASTORIZA
Por Eduardo Sacheri
“Cuando me enteré, casi no pude decir palabra sobre su muerte, señor
Pastoriza. No se muy bien porqué. Aunque supongo que siempre me ocurre
eso con las cosas que me lastiman. No puedo nombrarlas mientras me
duelen mucho, o mientras son un dolor nuevo y desconocido, un dolor que
busca su

sitio en el cementerio de tristezas que todos tenemos
en algún lugar del alma.
Pero al mismo tiempo supe, desde el momento mismo en que me enteré,
temprano en la mañana, mientras escuchaba la radio al afeitarme, que
iba a tener que escribirle estas lÃneas, u otras como estas, señor. Eso
también es algo que me ocurre con las cosas que me duelen. Se me traban
en la lengua pero se me destraban en palabras, cuando las escribo.
Aunque con la muerte nunca sea sencillo. Siempre es más difÃcil con la
muerte, señor Pastoriza.
Pero si tengo la necesidad, casi la obligación, de escribirle por lo
menos estas lÃneas, señor Pastoriza, es por algo que le debo desde hace
muchos años, y que no pude agradecerle correctamente en su momento.
Espero sepa perdonar, a medida que yo avance en este relato, semejante
dilación por mi parte. Digamos que tiene que ver con eso de lo difÃcil
que es lidiar con la muerte, señor Pastoriza.
Con todas las muertes. Pero dicen que nunca es tarde, de modo que tal
vez sea este el momento de darle las gracias, mis propias gracias, esas
que tengo demoradas desde hace tanto tiempo. Ahora que se fue usted,
señor, siento que es el momento de decÃrselo, o de escribÃrselo, que
–como ya apunté– es mi modo de decÃrselo.
Usted no necesita que yo le recuerde, señor Pastoriza, esa hazaña de
enero de 1978 cuando Independiente, con ocho jugadores, consiguió un
empate imposible contra Talleres de Cordoba, como visitante y con medio
mundo en contra, en la final del campeonato Nacional de 1977. Lo ganaba
Independiente y lo dio vuelta Talleres, con un gol mentiroso,
convertido con un manotazo impúdico que el árbitro no tuvo la hombrÃa
de anular. SÃ tuvo la hombrÃa de echar a tres jugadores de
Independiente que le fueron a gritar su indignación. Y la historia
estaba escrita.
Todos querÃan irse, llenos de bronca y de impotencia. Pero estaba
usted,

señor Pastoriza. Usted estaba y los detuvo. Los
detuvo y los hizo volver. Los hizo volver y les dijo: “Jueguen”. Les
dijo “Jueguen” y ellos hicieron caso, señor Pastoriza.Esa noche yo no
supe nada, señor Pastoriza. Me habÃan enviado a Villa Gesell, junto con
mi hermana, a veranear con unos tÃos. Esas cosas que pasan y que cuando
uno es chico no se da cuenta de que lo están engatusando. ¿Cómo era
posible que me fuese de vacaciones sin mis viejos ni mi hermano mayor,
con lo que a todos nos gustaba el mar? TendrÃa que haberme dado cuenta
de que habÃa una matufia rara, con ese viaje a la playa. Pero a los
diez años a veces uno se distrae y pierde las marcas, señor Pastoriza.
De manera que esa noche yo ni me enteré. Usted estaba con los brazos en
alto frenando a los jugadores de Independiente; arengándolos,
sosteniéndolos, y yo dormÃa como un bendito. Mi viejo, allá en
Castelar, fumaba como la chimenea de un acorazado con la radio pegada
en la oreja, y yo soñaba como si tal cosa, fÃjese qué barbaridad. Usted
mandaba a la cancha a Bertoni. Medio lesionado y todo, y yo no me
enteraba de nada. El corazón de mi viejo latÃa al ritmo frenético de la
pared que armaban Biondi, Bertoni y Bochini, y yo seguÃa en la nube más
distante de los sueños. Bochini empujaba el balón hacia la gloria y yo
roncaba a pata suelta. Mi viejo gritaba en la puerta de casa, para que
se enterasen los vecinos, y yo como si nada, bien metido bajo la
frazada porque l

as noches gesellinas por entonces eran frescas.
Recién a la mañana siguiente algún hincha del Rojo me puso en autos de
la hazaña. Yo me sentà raro. Para mà Independiente campeón eran los
cantitos con mi viejo, los saltos por la casa, las banderas rojas
colgadas de los muebles. No esa noticia atrasada, a cuatrocientos
kilómetros de Castelar, traÃda por un desconocido.
Pero usted no sabe lo que fue a la vuelta, señor Pastoriza. Usted no se
imagina. Con mi hermana llegamos de noche, y fue mi papá el que nos
abrió la puerta. Se lo escribo y lo estoy viendo, señor Pastoriza.
Alto. Levemente encorvado. Pelado. La bata que llevaba bien atada a la
cintura y que no podÃa ocultar la ponchada de kilos que habÃa perdido
en esos meses.
Creo que primero me dio un abrazo. No estoy seguro. De lo que sà tengo
certeza, porque me acuerdo de cada uno de los diez pasos que di, es que
me llevó de la mano desde la puerta hasta la mesa del comedor. “VenÃ,
tipito” me dijo. “Venà que te guardé todo”. Cosas que tiene la vida. Yo
tenÃa diez años y él no podÃa decirme que se estaba muriendo.

Pero podÃa ingeniárselas para preparar sobre la mesa
todos los recortes de esa noche de fábula del 2 a 2 con ocho hombres,
señor. La Nación. ClarÃn. La razón. El Gráfico. Goles. Entre todas las
noticias y las fotos, eligió una para leermela en voz alta. “El gol lo
hice con la mano” era el tÃtulo, y el autor del segundo gol de Talleres
confesaba la trampa. Mi papá lo leyó efurórico, airado, saliéndose de
la vaina. Era la prueba definitiva de que nos habÃan currado y ni asÃ,
señor, ni asà nos habÃan podido sacar el campeonato. Y habÃa otro
recorte que hablaba de usted, señor Pastoriza. De cómo se plantó y los
plantó y les dijo jueguen.
Y en la noche de enero mi viejo me mostraba cada titular. Cada foto. Y
yo miraba los recortes y lo miraba a él. Mierda que era invencible.
Flaco y todo. Enfermo y todo. Medio muerto y todo. Señalaba con el dedo
los papeles y el partido se levantaba desde la mesa para que yo lo
viera. Los marcaba con el dedo Ãndice y era Moisés abriendo de punta a
punta las aguas del mar Rojo. Adán tocando la mano de Dios. Bochini
empujando la bola, dos a dos y a cobrar. Usted no sabe lo que era ese
hombre. Señor Pastoriza.
Tengo esos recortes guardados en mi casa. Tal vez alguna vez junte el
valor de ir a buscarlos. No lo sé, temo que si abro la bolsa verde en
la que los tengo escondidos se escapen, también, todas las lágrimas.
Pero mi debilidad no tiene que ser ingratitud. Por eso, gracias, señor
Pastoriza. Por ese campeonato de leyenda que me dio la oportunidad de
dar la última vuelta olÃmpica con mi viejo, sobre la mesa del comedor,
mientras el le hacÃa las últimas gambetas a la muerte.
Ya ve que no es porque sÃ,

que usted se muere y yo me acuerdote estas cosas.
Será mas bien que Independiente es un puente que perpetuamente me
conduce a mi viejo. Y bueno. Usted estuvo siempre parado en ese puente.
Asà que gracias, señor Pastoriza. Gracias y hasta siempre.
La búsqueda de nuevos horizontes lo llevaron a partir al fútbol francés
para defender la camiseta del Mónaco, donde también dejó su huella. En
1976, regresó al paÃs y le dijo adiós a su etapa de futbolista. Y fue
Julio Grondona, por entonces presidente del Rojo, quien le ofreció el
cargo de entrenador del club.
Asà como en la cancha, supo transmitir su sapiencia desde el banco para
que el equipo de Avellaneda se consagrara en los Nacionales de 1977 y
1978, en la Copa Libertadores de 1984, y en la Copa Intercontinental de
ese mismo año.
Ese logro a nivel continental le permitió ser uno de las cinco personas
que tuvieron el privilegio y el mérito de consagrarse campeón del
torneo de clubes más importante de América como jugador y como técnico.
Su profesión de DT lo llevó también a otros puntos del exterior, donde
en cada lugar marcó un camino a seguir: Brasil, España, Colombia,
Venezuela, El Salvador. Lo mismo hizo en clubes de Argentina: Boca,

Talleres, Argentinos y Chacarita.
Trayectoria como jugador: inferiores en Rosario Central; Colón
(1961/63, en la C); Racing (1964/65, 53 partidos y dos goles);
Independiente (66/72; 184 partidos y 34 goles); Monaco, de Francia
(1972/1976), y seleccionado argentino (1970/72; 18 partidos y un gol).
TÃtulos: campeonatos de 1967, 1970, 1971 y la Copa Libertadores de 1972
(todos con Independiente).
Trayectoria como entrenador: Independiente (1976/79, 1983/84, 1985/87,
1990/91 y 2004); Talleres (1980, 1992/93 y 2003); Racing (1981/82);
Millonarios, de Colombia (1982/83); Gremio, de Brasil (1984/85);
Fluminense, de Brasil (1985); Boca (1988/89); Atlético de Madrid
(1992/93); BolÃvar, de Bolivia (1994); Argentinos (1995); El Salvador
(1995/96); Venezuela (1998/2002), y Chacarita (2002/03).
TÃtulos: Nacionales de 1977 y 1978, torneo de 1983, Copa Interamericana
1976, Copa Libertadores y Copa Europeo-Sudamericana, ambas en 1984
(todos con Independiente)
Pastoriza un grande de verdad
ResponderEliminarUn tÃo inolvidable!!! Querido por todos, campeón de todo!!! A todo querÃa ganar. Su espÃritu, su calidad humana lo llevó a ser muy solidario con todos a su alrededor. Un tipo con muchas virtudes, amaba a su familia y querido en su barrio natal hasta en todos los equipos y lugares del mundo dónde jugó!!!
ResponderEliminarUn hombre con todas las letras!!!. Amigo entrañable. Te recuerdo con mucho cariño querido José Omar "Pato" Pastoriza
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